¿Damisela en aprietos? Puede que no...

Era un día tranquilo, después de encontrar una manera de zafarme de mis tareas diarias decidí dar un paseo, llegar al pueblo y quizás abastecerme de especias por ahí había escuchado que había llegado una barcaza con raras y exquisitas especias de la India no seria difícil hacerme de unas cuantas.

Me hice con el vestido más sencillo que poseía y me lo puse, todo lo hacía yo sola, alguna vez llegue a tener alguna dama de compañía pero esconderle mi secreto era algo agotador. Blanco con delicados toques caqui sabía que no desentonaría entre la muchedumbre londinense. Aunque no me gustará, tenía el cuerpo de una humana seria más sencillo si pudiera desvanecerme con el viento y mezclarme con el… pero no, no podía hacerlo tal cual yo lo deseaba. Cepille mi cabello y lo recogí en una trenza, el día estaba frio así que me puse encima una capucha, tan solo resaltaba la parte inferior de mi rostro.

Caminé con la pesadumbre a cuestas, desde mi llegada a Londres no me había encontrado con nada nuevo e interesante lo único divertido eran mis clases con la princesa Claudia, aprendía con la rapidez de una ave aprendiendo a volar y con el tiempo, más que mi alumna era una entrañable amiga. ¿Quién lo diría? Yo trabajado para la familia real.

El camino seguía igual, tan amplio y largo como siempre; los primeros metros no había distinción entre el bosque y el pavimento, los carruajes transitaban con frecuencia las aceras y a mí me gustaba contar las marcas de herraduras, en cuanto pudiera, buscaría la forma de tener un caballo. El aire en el bosque era tan distinto al del pueblo, pasaba por tus fosas nasales hasta entrar a los pulmones y quemarlos con tanta pureza, el aroma de los arboles, pinos, abedules, abetos… era tan exquisito como el de la tierra húmeda, no sé si es mi propia naturaleza, pero amo los lugares tan silvestres.

Tarareando la melodía de una canción, continué mi camino, segura de que no me toparía con nada ni nadie, distraída, metida en mi cabeza, ideando soluciones a mis problemas suspire, estaba tan lejos de obtener lo que quería que no me quedaba más que soportar lo que tenía.

Ya lo había decido viajaría a Londres sin importarme nada, a mi madre y a mis hermanos no les faltaría nada para eso había trabajado los últimos años en Escocia luego de que muriera mi padre. Ordene que estuviera listo a primera hora de la mañana, el carruaje en el que partiría, sería el último gesto ostentoso que llevaría conmigo. Bella sonaba la idea de irme a caballo yo solo, como un soldado, un héroe… o un verdadero estúpido. Si, tenía fuerza, poder y riqueza pero seguía siendo un humano, propenso a contraer una enfermedad, a morir en alguna nevada o en algún combate en el que mi oponente blandiera una espada y mis manos estuviesen desnudas. A pesar de mi locura, era sensato.

Al despertar por última vez en cielo escocés con una mujer desconocida a mi lado que en las noches calmaba mi sed humana y acallaba el grito de mis demonios internos. Me calce las botas, recogí mi cabello en una coleta y humedecí mi rostro. Era el alba de un nuevo día, propinándole un beso en la frente por última vez a aquella desconocida, llame a mi más fiel sirviente, Lucas. Dándole las últimas ordenes y despidiéndome de él como si de un viejo amigo se tratase partí hacia mi nuevo destino.
Siempre he sido malo con las despedidas, a mi madre le había dejado una carta y había hecho lo mismo con mis hermanos, lo entenderían yo ya no era el niño que solía correr en la campiña con una espada de madera. Era un hombre y como tal tenía deseos y aspiraciones que no podía cumplir en Escocia ¿volvería? No lo sé.

El sol aún no había salido, no cruce palabra con el cochero porque Lucas se había encargado de que fuera un empleado reservado y callado, que no hiciera preguntas ni hablará a menos de que fuera realmente necesario. Sólo escuchaba el ruido del trote del caballo y mi respiración tranquila, en estos momentos apenas estaríamos saliendo de mis tierras, el camino que debía recorrer era largo pero valdría mi tiempo y todo el dinero que ya había invertido.
Debí haberme dormido unas cuantas horas luego de tomarme una copa de vino porque al abrir los ojos el camino que transitábamos ya no me resultaba conocido ¿estaríamos ya a las entradas de Londres?

-Cochero, respóndame algo- di unos golpecitos en la rendija que había detrás de mi para llamar la atención de aquel hombre.
-Mi señor, estamos a unas cuantas horas de Londres. ¿Desea que le haga saber cuando lleguemos?

Lo pensé dos veces, el recorrido no era de unas cuantas horas… podían pasar incluso días antes de que viéramos tierras Londinenses, todo era muy extraño pero incluso con lo sorpresivo de la noticia no perdía la emoción de haber llegado antes… vaya cochero había contratado Lucas, pensé.

-No será necesario, ahora, continúe.

Con un leve movimiento de la cabeza el hombre continuo en su labor, era bueno no tener que hablar tanto, ni dar órdenes repetidas… era un verdadero alivio sentirse libre. Recargue mi cuerpo en el acolchado sillón de la carroza y me lleve una mano al cabello. Luego, sentí un tirón repentino y brusco la fuerza me había empujado casi al otro sillón de la carroza, el que se encontraba al frente, una furia tremenda invadió mi cuerpo pero suspire antes de cometer una locura… con lo peligroso de los caminos, podría tratarse de algún ladrón. El cochero se había detenido.

-¡Cochero que sucede! ¿Por qué se detiene?-
-Lo lamento mi señor…

Ni una palabra más, ni una… pareciera que había visto un dragón o alguna criatura fantástica, no quería hacerlo pero me decidí a bajar de la carroza, para averiguar que era aquello que lo había dejado si habla. Le enviaría una carta a Lucas tan pronto llegara a Londres para quejarme de esta adquisición pero una vez fuera y al levantar la mirada me encontré con el problema o más bien la causante del mismo.

Me acerque, sin duda era una dama su grácil figura no podía esconderse en esa capucha tan larga que llevaba, estaba hincada en medio del camino haciendo quien sabe qué cosa.

-Querida dama ¿se encuentra usted bien?-

Si de locuras se trata soy una experta en ello, si hicieran una lista de locura seguramente la encabezaría de eso no hay duda y de no ser así sé que ocuparía los primeros lugares. Si decir que eres una bruja no es una locura en estos días, no sé que puede resultar más demente. Cerré los ojos y me puse en cuclillas a la mitad del camino dispuesta a hacer un hechizo lo primero que me vino a la mente fue una ligera lluvia de verano… sin importarme que con el frio se convirtiera en una tremenda granizada.

Mordí mi labio inferior y sin darme cuenta rompí una de mis reglas sagradas, nunca debo interferir con el tiempo y el destino y sin querer lo había hecho y como magia aunque literalmente lo era, escuché el galopar de un caballo y su detenimiento repentino. No cambie de posición ni siquiera para mirar quien o que era lo que venía hacía mi. Contuve la respiración y amabas manos se cerraron en un puño. Enseguida escuche una voz varonil melodiosa y atrayente como ninguna otra, comúnmente los hombres no solían tener tal efecto en mi… pero este encuentro era distinto.

Respondí a su pregunta con un ademan de mi cabeza ya había extendido su mano gesto de un caballero por lo que supuse no sería un plebeyo o un campesino. Tome su mano con delicadeza y aproveché el apoyo que me había brindado para ponerme de pie, aun con la mirada abajo y cubierta por la capucha tome una bocanada de aire antes de mirarle.

-Disculpe usted señor haberme puesto en su camino- no iba a dejar mis modales por la impresión de haber roto las reglas, lo mire mientras me removía la capucha dejando que esta cayera a mis espaldas –Venia caminando y no me fije en el camino, solo quería ayudar a un pequeño conejo herido- mentira, esperaba y tenía la certeza de que se dejaría llevar por mi tonta excusa para haberme topado en su camino, después de todo ¿qué podría hacer una jovencita a la mitad del camino? Desconcertado aún no recibí respuesta inmediata de su parte por lo que me tomé el tiempo para examinarle. Era apuesto, demasiado su cabello era largo o al menos eso podía intuir pues alcanzaba a ver la coleta que lo recogía sus ojos aunque pequeños eran adorables y lindos a la vista seguramente tendría el gesto de una niña curiosa, pero que va, había conjurado mi destino y en el camino lo había llamado a él bien podría disfrutar del encuentro.

Esto sin duda era algo que no esperaba, frenaba mi camino y a la vez lo enriquecía, no quite la mirada de la dama que ahora se ponía de pie frente a mí. Su voz, tan distinta a la de otras féminas y quede embelesado por su rostro luego de que lo dejará descubierto. Tenía una mirada felina, unos labios delicados y femeninos muy tentadores y una nariz que iba perfecto con sus finas facciones ¿Qué hacía sola en este camino? Era tan peligroso y a la vez tan torpe aunque quizá necesitaba la ayuda de alguien tal vez de un gallardo caballero como yo. Sonreí a la par luego de escuchar sus respuestas, pensé las cosas antes de hablarle. Tomé su delicada mano entre la mías y besé el dorso de esta.

-John Butler para servirle, madame- hice una reverencia, signo de cortesía que había visto incontables veces en mi padre. Si esto era obra del destino ¿quién era yo para criticarle? La compañía femenina siempre es agradable y quien sabe podría conquistarla y llevarla conmigo ninguna mujer se había resistido antes a mi galantería no veía porque ella sería la excepción.

-Cochero, necesito que revise los alrededores andando- ordene a este que se fuera, que nos dejará solos con un movimiento de la mano se puso en marcha. No quite la vista de la adorable mujer que estaba frente a mí, tan delicada, parecía una preciosa flor parada en el gélido invierno toda ella irradiaba frio algo que era extraño pero fascinante.

-Mi caballero, amable y heroico- lo observé de pies a cabeza, analizando sus gestos incluso no le quite la vista de encima cuando beso el dorso de mi mano… uno más, un hombre que llega al rescate de una damisela en aprietos pero yo no lo era, jamás lo sería, ellos corrían peligro al estar conmigo. Sonreí y le devolví la reverencia, me acomode el vestido que seguramente estaba arrugado por haberme arrodillado.

-Encantada de conocerle señor Butler, mi nombre quizá no desea saberlo- en realidad no era necesario –Mejor aún, es algo que no tiene relevancia- tal vez no volvería a verlo y no era necesario que se quedará con mi recuerdo membretado. Camine unos cuantos pasos y me acerque al caballo que tiraba de su carroza, fuerte y blanco como la nieve con unas mejillas regordetas y suaves, le acaricie con dulzura y luego regrese mi mirada al joven.

-¿Qué lo trae por aquí señor Butler? Quiero decir a caminos londinenses- la pregunta estaba de más pues el hechizo lo había traído aquí, lo había traído a mi, esperaba que su respuesta fuera corta y directa un “no lo sé” sería bueno aunque aburrido. El reloj seguía su curso, se había disipado la emoción de los primeros segundos y la sorpresa ante un hombre que resultaba un tanto interesante pero a la vez monótono, era apuesto y eso no lo negaría pero mas que placeres mundanos, buscaba algo más.

-Habrá una razón por la que no quiera darme su nombre madame ¿puedo saber cual es?- no hacía más que intrigarme que se negara a decirme como se llamaba tal vez no se encontraba en el camino por error ni era tan torpe como yo lo imaginaba, en el buen sentido de la palabra andar diciendo tu nombre a cualquier extraño que se te pone enfrente no es lógico ni sensato en fin yo ya había cometido el error de presentarme pero no veía peligro tratándose de una dama tan hermosa y afable.

Le mire mientras andaba hacía el caballo que descansaba frente al carruaje, blanco y altivo era mío, Emperador.
-Se llama Emperador- me acerque a ella y tome la mano con la que grácilmente había acariciado a mi caballo, curve los labios en una media sonrisa antes de soltarla y poner los brazos detrás de mi puede que pensará que era muy osado de mi parte haberla tocado ya más de dos veces pero tan solo era un juego de coquetería que quería iniciar, una manera de divertirnos en aquella tarde de invierno.

El sol había salido, no se cuanto tiempo había pasado ya desde que deje Escocia y en realidad no me importaba, el cochero no había regresado de investigar los alrededores y eso me daba más tiempo para seguir charlando con la rubia dama.

-Disculpará usted la respuesta madame, pero ¿cómo espera que yo le revele mis motivos de viaje cuando usted no me dice siquiera su nombre?- claro, había encontrado el pretexto perfecto para recibir aquel nombre, sin importar cuales fueran las razones por las que no quería dármelo, igual y podría mentirme darme un nombre falso e irse pero si sus ojos se quedaban en mi mente, si sus labios divagaban incesantes en mi cabeza tendría la certeza de que existe y que llegue a conocerla, no me volvería loco puede ser que ya lo estuviera pero no quería agregar más demencia a mi existencia.