La exaltación no es buena para una princesa

Desde la noche anterior había ido a buscar lo que la princesa había encargado, yo que la creía una niña boba y caprichosa, pero teníamos algo en común, las letras, no entiendo yo por qué tiene ese gusto, a las princesas que he conocido sólo les importa verse bien para casarse con un estúpido príncipe y llegar a ser reinas, no dudo que sea también el plan de esta adicta a ese color tan… chillante, maldito todo de los mil demonios.

Llegué a media mañana al palacio, ya no tengo problema para entrar, el rey me ha dado su visto bueno, así que soy uno mal de la asquerosa cohorte, menos mal que aún la reina no me ha reconocido, o no le convendrá.

Me dirigí al salón de música, lleno de instrumentos y bancos confortable, y ni un alma más que la mía. Dejé caer mi humanidad en la alfombra, tenía ganas de hacerlo, de contemplar la grandeza del salón desde una parte baja y ordinaria, sé que esta vista no durará mucho y que la interesada no se tardaría en llegar por su encargo.

No podía estar paciente, aún dudo que ese poeta sea fiel a su palabra, casi nadie lo es, así que tendría que cuidar aún mis palabras y mis modos, aunque ya había soltado mucha información la noche anterior... Dios mío, sé que esto no está bien, pero nada lo está

En esa ocasión me vestiría lo más sencilla posible, no quería llamar la atención de nadie, si así lo hiciera todos los días era seguro que obtendría ese resultado, no era difícil mezclarme entre las demás chicas si negaba la mirada a los que pasaban a un lado de mí. Así fue mi recorrido, desde mis habitaciones en una de las torres, hasta el salón de música, tan conocido, estaba hastiada de ese lugar, por eso dejé de frecuentarlo, al igual que todos.

-Señor Gautier.- Cerré la puerta tras de mí, no sin antes mirar de manera extraña al poeta que yacía en el suelo.

-Espero que traiga usted lo que me prometió.- De las mangas de mis ropas saqué una pequeña bolsa de terciopelo y la desdoble, saqué entonces su contenido.- Esto es más de lo que le pagarían por diez poemas, seguro más del que se gana haciendo una representación escénica.- Volví a meter el oro dentro de su bolsa y se la extendí, esperando que el hombre se pusiera de pie.

-Ande déme la botella y esto quedará olvidado.

Una voz tan altiva y esos paso, sólo pueden pertenecer a la realeza, nadie en este castillo se atrevería a hacerlo. Que pintoresco, una princesa vestida como una simple cortesana, eso sí que no lo había visto antes.

La miré desde mi sitió, mientras no hubiera joyas ni indumentaria yo no tendría por qué hacer reverencia alguna, menos si nadie me ve, y en una situación tan comprometedora para la real doncella.


-En realidad, eso es lo que los ingleses me pagarían por diez poemas, son ustedes muy tacaños, mi lady, mi gente es más generosa, hasta los bárbaros lo son, pero no juzgaré su solvencia económica.- Me puse de pie y tomé la fina bolsa, y claro está, la guardé de inmediato.

De mis ropas saqué una pequeña botella, cristal finamente trabajado… mentira, era rústico y se veía sucio, insalubre totalmente.

-Tenga usted, viene de un lugar confiable, además no creo que le importe que antes de morir, la reina se infecte de alguna enfermedad de los pobres y desgraciados campesinos.- Era imposible para mí no esbozar una burlesca sonrisa.- Solo tenga cuidado de no ensuciar sus finas manos, no queremos que le haga compañía, o que crean que usted tiene tratos con el vulgo.

-Me esperaba más de usted .- Torcí los labios observando la botella.- Esto vale menos de una moneda de las que le he dado, pero bueno, si con el resto usted se está callado.- Desaprobé su último comentario negando con la cabeza.

-No es para la reina, lamentablemente..- Saqué un pañuelo para depositar la botellita amorfa.- No morirá la reina por culpa de este líquido, morirá por otras causas.- Mostré un gesto altivo antes de continuar.- Le he expuesto a usted que la detesto, no la tolero, tiene unos cuantos años más que yo, cualquiera se mataría por ella, mi padre dice que la ama, todos la aman, a mi madre no, a mi madre la asesinaron y nadie hizo nada, NADA.- Sentí como mi dentadura se lastimo al apretarla por causas obvio enojo.- Nadie la recuerda con cariño desde que llegó esa francesa., entiende usted eso no? Una francesa ocupando el trono real ingles, eso no es justo.

-Pero bueno, no venimos a hablar de mis problemas con esa... ni de mi pasado, ni nada de mí, ambos tenemos lo que queríamos. Puede retirare.

Me fui a sentar el rincón donde se encontraba el arpa y le retiré por completo la mirada.

-Si llega a necesitar más dinero se lo daré antes de irme.- Mi voz se quebró un poco,

Me quedé de pie a dos pasos de la puerta, nada tendría que hacer yo ahí, como la princesa lo dijo, ambos teníamos lo que queríamos. Me volví a ella antes de intentar salir, escuché sus palabras y le dediqué una extraña sonrisa.

-Princesita, creo que ya nos jodimos los dos, y lo digo porque si usted falla con su objetivo, no creo que yo salga bien librado de esto, prefiero su palabra a más monedas como estas, me gusta mi cabeza sobre mis hombros, no lejos de ellos.

Me acerqué para hablar mejor, me mantuve de pie a su lado, no ve veía muy segura de lo que decía y haría.

-¿Por qué no soy su verdugo personal? Y de paso hago una obra de esto, sabrá usted que nadie sospecha de las cosas que se les muestran con más obviedad, será de una princesa que practica hechicería a espaldas de su padre.- Tema sensible, sé bastante de ella, y sé que aquello no la dejaría muy contenta. – Ya en serio, ¿a quién piensa darle el contenido de tan linda botellita? Yo en verdad necesito saber de que muerte seré responsable.

Fruncí los labios y el ceño tal como lo hacía ella, era bastante gracioisa, no se daba cuenta de lo aniñada que resulta.

Más que interés parecía pesar lo del poeta ahora verdugo. Y lo comprendía, una vida se extinguiría y él me había proporcionado el elixir del sueño eterno, tanta culpa habría en mí como la que le carcomería al deceso futuro.

-Poeta francés, sensible al final, no se debería usted de preocupar, la vida que se apagará es la de alguien que ya lo espera y aprecia mucho su ayuda, alguien que en este plano ya nada tendrá que ver, que se levará espiritualmente cuando el aliento abandone su cuerpo junto con su alma, que irá seguro al purgatorio, pero posiblemente sea más pintoresco que estos hostiles territorios.

Podría el comprender de lo que se trataba, de quién mejor dicho. Me sentí invadida por la desesperación y un claro sinsabor al apagar mi garganta. Me puse de pie y froté mis manos.

-Usted puede ser espectador de lo que será una simple tontería, cuando se pregunten dónde está le princesa, durará quizás algunas horas, y después simplemente encontrarás su cuerpo inerte, tendido como si fuera una muñeca gris y maltratada, sin pulso ni respiración, sin alma ni conciencia. Solo le pido a usted que guarde el secreto, no quiero que lo culpen de crimen alguno, yo nunca lo acusaría, de mí no podrán sacar palabra alguna a menos que Virgilio los lleve a mi nueva morada y puedan leer mis pensamientos bajo mis horripilantes gritos de lamento en el inmenso mar de las almas torturadas por su propio pecado, por atentar contra lo que no les pertenece.

Suspiré cerrando los ojos y serenando desesperación.

-No será culpable de crimen alguno, más bien ayudará al descanso de alguien que no pretende permanecer en un lugar tan curioso.

La princesa estaba loca, negaba, afirmaba, una y otra vez, no pareciera ser en realidad su deseo, solo un impulso repentino, pensado desde había un par de días cuando la encontré hurgando en los obscuros sótanos del castillo.

-No sabe lo que dice y usted misma se traiciona, morir... descanso, tortura, paz??? Es usted una niña caprichosa y dramática, sería una muy buena interprete si sólo dejaran a las mujeres subirse a las tarimas de los teatros, a mi me encantaría tenerla.. en mis obras, claro, des eso hablo.- Aclaré mi garganta y me acerqué para detenerla un momento.- Nos parecemos mucho, sólo que tú eres muy visceral, princesa... yo soy un poeta que podría morir de hambre, ¿tú de qué te quejas? de tenerlo todo y no ser libre, de que nadie te vea justo como eres?. A mi me ven justo como soy y por eso mismo merecería más una muerte como la que tu buscas, ¿A casi no hay una sola persona que merezca que tú te quedes? ¿vuestro padre, vuestro hermano?

Tomé su mano buscando en ella la botella que le había proporcionado.

-Será mejor que yo la cuide y cuando esté más tranquila, si aún la quieres yo te la daré junto con diez poemas, eso será lo que recibas por la paga, no un elixir tan vil como el que contiene tan insano recipiente como para alguien como tú,

El poeta me impresionaba, para ser sincera no creí que tuviera el valor para decirme tales cosas que yo ya había pensado, sonaba como mi propia conciencia, solo que un poco menos cuerda o recatada, y con acento francés, como detesto ese acento,

-No tiene usted una mínima idea de lo que puede ser mi vida, todos creen que es fácil, que tengo todo lo que quiero, pero es distinto lo que se necesita, no tengo lo que en verdad quiero y necesito, sólo lo que otros creen que es lo adecuado.

Cedí la botella envuelta en el pañuelo al señor Gautier, me tenía que preguntar eso, lo que me podía hacer bajar por completo la guardia.

-No ha escuchado, mi padre es feliz, ama a su esposa, arriesga su reino por esa mujer, mi hermano algún día ascenderá al trono si no es que mi padre pierde todo o alguien le juega sucio, yo estaría destinada a ser regalo de paz para algún príncipe o rey idiota, solo me preocupan dos personas, mi querida Ali, mi única verdadera amiga, y mi Abel.- Suspiré tan hondo, sentí el helado aire haciéndose presa de mis pulmones que me había dolido.-A él lo amo, pero espero que con el tiempo me comprenda. De ahí en adelante, la vida seguirá con normalidad a menos que usted considere a mi ser con algo de importancia y no como a tanta princesita que menciona en sus poemas,

Mis ojos poco a poco se fueron empapando, hasta derramarse sin que pudiera evitarlo.

-Es de mala educación que mire a un miembro de la familia real llorar.- Le dije para que apartara su mirada, obviamente era sólo para que dejara de lado ese gesto acusador,- ¿Qué usted nunca ha querido dejar de existir?